Carolina Coronado

Cantad, hermosas

Las que sintáis, por dicha, algún destello
del numen sacro y bello,
que anima la dulcísima poesía,
oíd: no injustamente
su inspiración naciente
sofoquéis en la joven fantasía.
 
Si en el pasado siglo intimidadas
las hembras desdichadas,
ahogaron entre lágrimas su acento,
no es en el nuestro mengua,
que en alta voz la lengua
revele el inocente pensamiento.
 
Do entre el escombro de la edad caída,
aun la voz atrevida,
suena, tal vez, de intolerante anciano,
que en áspera querella
rechaza de la bella
el claro ingenio, cual delirio insano.
 
Mas ¿qué mucho que sienta la mudanza
quien el recuerdo alcanza
de la edad en que al alma femenina
se negaba el acento,
que puede, por el viento,
libre exhalar la humilde golondrina?
 
Aquellas mudas turbas de mujeres,
que penas y placeres
en silencioso tedio consumían,
ahogando en su existencia
su viva inteligencia,
su ardiente genio, ¡cuánto sufrirían!
 
¡Cuál de su pensamiento la corriente,
cortada estrechamente
por el dique de bárbaros errores,
en pantano reunida,
quedara corrompida
en vez de fecundar campos de flores!
 
¡Cuánto lozano y rico entendimiento,
postrado sin aliento,
en esos bellos cuerpos juveniles,
feneció, tristemente,
miserable y doliente—,
desecado en la flor de los abriles!
 
¡Gloria a los hombres de alma generosa,
que la prisión odiosa
rompen del pensamiento femenino!
gloria a la estirpe clara
que nos guía y ampara
por nuevo anchurosísimo camino!
 
Lágrimas de entusiasmo agradecidas,
en sus manos queridas,
viertan los ojos en ofrenda pura:
pues, sólo con dejarnos,
cantando consolarnos
nos quitan la mitad de la tristura.
 
¡Oh cuánto es más dichosa el alma mía,
desde que al arpa fía
sus hondos concentrados sentimientos!
¡Oh cuánto alivio alcanzo,
desde que al aire lanzo,
con expansión cumplida, mis acentos!
 
Yo de niña en mi espíritu sentía
vaga melancolía
de secreta ansiedad, que me agitaba;
mas, al romper mi canto,
cien veces, con espanto,
en la mente infantil lo sofocaba.
 
Que entonces, en mi tierra, parecía
la sencilla poesía
maléfica serpiente cuyo aliento
dicen, que marchitaba
a la joven que osaba
su influjo percibir sólo un momento.
 
¿Cómo a la musa ingenua y apacible,
bajo el disfraz terrible,
con que falsa nos muestra antigua gente
su cándida hermosura,
pudiera sin pavura
conocer y adorar antes la mente?
 
¡Qué rara maravilla y que alegría
sintió mi fantasía
cuando mudada vio la sierpe fiera
en niña mansa y pura,
tan llena de ternura,
que no hay otra más dulce compañera!
 
¡Cuál mi embeleso fije, cuando a su lado
mi espíritu mimado
y en su inocente halago suspendido,
suavísimas las horas
tras de voces sonoras,
pasó vagando en venturoso olvido!
 
Decid a los que el odio en ella ensañan,
que viles os engañan
esa deidad al calumniar osados;
decidles, que no es ella
la que infunde a la bella
afectos en el alma depravados.
 
Si brota en malos troncos injertada
será porque arrancada
del primitivo suelo con violencia
de la rarna en que vive,
a su pesar recibe
el venenoso jugo su existencia.
 
Empero, no esa flor alba y hermosa
aroma perniciosa
de la doncella ofrece a los sentidos,
a los que tal dijeron,
decidles que mintieron
como necios y torpes y atrevidos.
 
Y aquéllas que sintáis algún destello
del numen sacro y bello,
que anima la dulcísima poesía,
llegad tranquilamente,
y en su altar inocente
rendid vuestro homenaje de armonía.
 
Hallen los pensamientos oprimidos,
que ulceran los sentidos,
giro en la voz y en nuestras almas, ecos,
si con silencio tanto
de ese mudo quebranto
los corazones ya no tenéis secos.
 
Cántenos su infortunio cada bella,
que si la pena de ella
penetra con su ciencia, acaso, el mundo,
mejor que los doctores
explica sus dolores
con agudo gemir, el moribundo.
 
Dichas, amores, penas, alegrías,
lloros, melancolías,
trovad, al son de plácidos laúdes,
mas ¡ay de la cantora
que a esa región sonora
suba sin inocencia y sin virtudes!
 
Pues, en vez de quedar su vida impura
bajo de losa oscura
en silencioso olvido sepultada,
con su genio y su gloria,
de su perversa historia
eterno hará el baldón, la desdichada.
 
Cante la que mostrar la erguida frente
pueda serenamente
sin mancilla a la luz clara del cielo;
cante la cine a este mundo
de maldades fecundo
venga con su bondad a dar consuelo.
 
Cante, la que en su pecho fortaleza
para alzar con pureza
su espíritu al excelso templo, halle:
pero, la indigna dama
huya la eterna fama,
devore su ambición, se oculte y calle.
 
Badajoz, 1845

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