Carolina Coronado

En el álbum de una amiga ausente

No, los recuerdos que en el mar se escriben
no los borran el tiempo ni la ausencia;
allá en las olas resonando viven.
 
¿Qué es olvidar? ¿qué fuera la existencia,
si hasta el recuerdo de amistad querida
nos vedara también la Providencia?
 
Si triste en mi recinto oscurecido
callo por no turbar, cuando te halles
contenta, tu placer, no es que te olvido,
 
A ti que ver la yerba por las calles
nacida, te entristece; ¡infortunada!
¡Si vivieras, hermosa, en estos valles!
 
Crece la yerba al pie de mi morada
libre y fecunda, desde octubre a mayo;
y no perece al fin por ser hollada
 
Sino del sol canicular al rayo
como mi juventud, como mi vida—
si le llamas vivir a este desmayo,
 
¡Si le llamas vivir, alma querida,
a levantar del lecho la cabeza
y volver a inclinarla dolorida!
 
Largo tiempo luché con la tristeza:
la paciencia sostuve y el aliento
y abusé de la humana fortaleza;
 
Pero llega el cansancio al sufrimiento
y de mi endeble máquina las venas
de la fiebre al dolor estallar siento
 
Como del barco seco en las arenas
de Cádiz, al ardor del sol estallan
los comprimidos mástiles y antenas.
 
¡Cádiz!... ¡el mar!... ¡mi amiga! ¿por qué os hallan
lejos mis ojos, hoy que sin ventura
tanto mis penas contra mí batallan?
 
Aun pudiera del mar la brisa pura
reanimar el aliento de mi alma
y alegrarme la voz de tu ternura;
 
Mas no será, y en la abrasada calma
moriré del desierto, consumida
en tanto que tu sombra, humana palma,
 
En las playas del África esparcida
se retrata en la orilla de los mares
y a respirar al pájaro convida.
 
¡Que las aves dulcísimos cantares
te regalen en esas extranjeras
tierras, si melancólica te hallares!;
 
¡Ya que apenas llegar a esas riberas
podrá la voz doliente y extinguida
de estas canciones ¡ay! tal vez postreras!
 
¿Quién sabe si te di mi despedida
cuando volaba al africano puerto
la rugidora máquina encendida?
 
El sol tras de las aguas encubierto
en la flotante espuma chispeaba
de nuestro barco, por el sulco abierto;
 
Y tus hijos al verme que lloraba
cariñosos besaban mis mejillas
y yo a mi corazón los estrechaba.
 
Aquellas emociones tan sencillas
me dejaron de pena el alma rota,
cuando me vi del mar en las orillas
sola como la pobre gaviota.

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