Nunca se clama en vano
cuando se clama al cielo en esta lucha
del existir humano;
todo, Señor, lo escucha
la gracia de tu oído soberano.
En medio a las estrellas
tu reposado caminar suspendes,
y oyes estas querellas
que tú sólo comprendes,
y nos respondes compasivo a ellas.
Tú la vena del llanto
haces que vierta su fecundo riego
en el mayor quebranto,
y nos das el sosiego
en el cansancio al fin de llorar tanto.
Tú de la misma pena
haces que nazca el sueño del reposo,
y la mar se serena
cuando más tormentoso
batalla el aire y rompe nuestra antena.
¡Oh, Señor, oh consuelo
el dulce, el solo, el cierto que en la vida
tiene el alma! ¡Tu cielo
contemplando embebida
cuántas noches me paso en mi desvelo!
La vía reluciente
que por la noche atravesando veo
del Este al Occidente,
¿será de mi deseo
el camino que busco ansiosamente?
Aquel iluminado
por la fúlgida luz de las estrellas,
camino señalado
para las almas bellas,
¿no le miro en la noche despejado?
¿No muestra la esperanza
del amoroso y celestial recreo
el camino que avanza
sin vuelta, sin rodeo,
sin pérdida en el cielo, sin mudanza?
¿Por qué la pesadumbre?
¿No he de llegar al fin, por más que tarde,
a esa dorada cumbre?
¿Es bien que me acobarde?
¿No es harto contemplar su hermosa lumbre?
Concierto misterioso
hacen los melancólicos luceros;
los nublados umbrosos
valen por compañeros
de los seres que sufren silenciosos.
Aquellos en su giro,
los otros navegando el firmamento,
parece que un suspiro
exhalan por el viento
para aliviar mi mal, cuando los miro.
Si en la bóveda oscura
suena el canto del pájaro perdido,
me llena de ternura
creyéndole gemido
que viene a acompañar mi desventura.
¡Pobre ave, tan nueva
que en este mayo acaso ha visto el día!
¿Dónde el aire la lleva
sola, errante, sin guía,
y por qué ese gemido triste eleva?
Ya cruza por Oriente,
ya muda hacia el ocaso su camino,
ya otra vez tiernamente
viene a exhalar su trino
en los sauces, al pie de la corriente.
Dondequiera un amigo
de nuestra humana pesadumbre hallamos,
dondequiera un testigo:
por más que los huyamos,
ave, nube o lucero están conmigo.
Suave melodía
de acentos que en el mundo se responden,
movimientos que guía
tu mano..., y corresponden
de tu máquina eterna a la armonía.
Tal vez el tedio aleja
de nuestro amargo pensamiento el ave:
la luz que nos refleja
el lucero suave,
resignados, Señor, tal vez nos deja.
Tal vez cuando la mente
la muerte invoca al sufrimiento cara,
se tiene de repente
viendo la luna clara
asomar tan hermosa y reluciente.
Y tal vez si el profundo
pesar no suspendieras de esos dones
con el placer fecundo,
en sus tribulaciones
desesperado pereciera el mundo.
Halle yo en mi carrera
ave desamparada, nube errante,
astro que reverbera
la luz de tu semblante,
y amo la vida aunque de pena muera.
Halle de tu grandeza
una señal donde mi vista alcanza,
y en la mayor tristeza,
Señor, tendré esperanza,
y en la pena más grande fortaleza.
Deja mis ojos claros
y de la noche al resplandor divino
contemplándote avaros,
para el bien que imagino
de la esperanza en ti veré el camino.
Ermita de Bótoa, 1848