Tórtola, te vuelvo a hallar;
roncas ambas de cantar
nos encontramos las dos:
¿te ha dado ventura Dios?
¿Cómo te fue en el amar?
Cual yo enamorada y niña
te abandoné en la campiña
cantando en son placentero
¿dónde está tu compañero?
¿Hizo el sacre en él rapiña?
¡También desventura aquí!
Yo pensé que sólo a mí
lastimaba la fortuna;
¿dónde hallaré sola una
que no se lamente así?
¿Te acuerdas de aquellos días
cuando a mi lado solías
decir amantes congojas
columpiándote en las hojas
del fresno donde vivías?
Este mismo es el collado,
nuestro querer no ha mudado,
nuestras canciones tampoco,
pero andando el tiempo loco
la ventura se ha llevado.
Y al pie de estos manantiales,
entre los mismos juncales,
bajo el propio fresno umbrío,
a cantar tu amor, yo el mío
vengo al campo, al nido sales.
¡Pero qué tristes las dos!
yo pienso que viene en pos
de la pasión la tristeza,
porque cuanto más terneza,
más gemidos nos da Dios.
Mira si no el arbolado
bajo ese manso nublado
que circunde el horizonte,
y el arroyuelo del monte
por su velo sombreado;
Melancólicos están
aunque su hechizo te dan
las bellas luces de mayo,
que en dulcísimo desmayo
por Occidente se van.
De entre las algas del río
ese balbuciente pío
de una escondida garganta,
también es dolor que canta
como tu dolor y el mío.
Pero si tú un compañero,
si tú el amante primero
tuvieras como otro día,
¡cuán hermoso te sería
este mayo placentero!
En ese fresno escondidos,
en un mismo ramo unidos,
arrullándoos con amor,
de las aguas al rumor,
sobre las aguas mecidos...
¡Fuera tanta tu ventura
en esta atmósfera pura
vivir así con tu amado
lejos del mundo que ha dado
honda pena a la criatura!
¡Ay! Tú volverás a hallar
otro amante a quien amar,
porque las tórtolas son
todas en el corazón
iguales, y en arrullar.
Mas el alma que ha perdido
su compañero querido,
que le llore noche y día
porque aquel sólo sería
para su amor el nacido.
Y ese Dios que tanto sabe,
en un arrullo suave
te dará un nuevo querer;
pero tú has nacido ave
y yo he nacido mujer.
Ermita de Bótoa, 1846