Carolina Coronado

A una golondrina

¡Salud, dulce golondrina,
allá en el suelo africano
bella, errante peregrina;
salud, perenne vecina
del ardoroso verano;
 
Tu cántiga placentera
llevaste a lejanos mares:
la atrevida, la parlera,
bien llegada a estos lugares,
amorosa compañera!
 
Bien llegada al suelo amigo,
do no errante ni perdida,
te dará a la par conmigo
un mismo techo el abrigo
en blando nido mecida.
 
Vuelve, amiga, descuidada,
a este recinto sereno
que te guardo regalada;
¡Aún duran de pluma y heno
los restos de tu morada!
 
Aquí tus amores fueron,
y aquí tu canción amante;
aquí tus hijos nacieron,
y a tu arrullo se adurmieron
bajo el ala palpitante:
 
Y aquí mi voz se mezclaba
a tu viva cantilena;
y aquí impaciente aguardaba,
esa vuelta que tardaba
de amor y recuerdos llena.
 
Y eres fiel agradecida,
y no te aguardará en vano;
que nunca fue desmentida
esa tu fe prometida
al ardoroso verano.
 
¡A cuántos ¡ay! golondrina,
que lealtad y fe cantaron
la ingratitud se avecina!
¡Cuántos con planta mezquina
sus juramentos hollaron!
 
Mas no tú: fiel y graciosa,
cuando se allega el estío,
vuelves tierna y amorosa
allá de playa arenosa
do te arrojo invierno frío.
 
No olvidaste, no, los dones
de este suelo bienhechor,
ni las fuentes ni la flor,
ni olvidaste los rincones
de tu asilo protector.
 
Volvistes enamorada,
a este recinto sereno
que te guardo regalada,
y aquí de plumas y heno
formarás nueva morada.
 
Cantaremos, golondrina,
mis recuerdos y tu amor
mientras que el sol ilumina;
sin que entibie la neblina
ni sus luces, ni su ardor.

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