Por Yvett Miranda
Me gusta beber café dulce, dulce como sus ojos verdes grisáceos, camaleónicos e hipnotizantes, dulce como sus labios carnosos, serenos, apasionados.
Me gusta sentir la brisa imaginaria de la ráfaga de viento inexistente en mi oficina, con mi tasa de café mientras me pregunto cuánto tiempo pierdo por día y cuánto me pagan por ese tiempo perdido.
No somos mas que instantes, instantes con un valor monetario porque producimos, porque nuestra juventud es exprimida hasta que nos volvemos guiñapos inservibles por una vejez extrema o una enfermedad irremediable. Nuestro valor está en saberes, en papeles que nos avalan para hacer y decidir, pero el mundo olvida que somos seres más complejos, más allá de nuestra máscara laboral, más allá de lo que aparentamos y de la actuación del día a día.
Somos seres de lucha interna, de romance, de sueños rotos y por romper. Somos seres de alegrías, de chispazos de luz en el alma inexplicables pero inagotables. Somos roles, un montón de estereotipos a cumplir para que el mundo en el que vivimos no pierda su curso.
La pobreza es aplastante, indigerible, abrumadora, pero es tan devastadora como infinita, porque se es pobre de muchas maneras y en muchos sentidos. ¡Que desgraciada es la vida que no lo da y no lo quita todo! Nunca, jamás hay absolutos.
Pasamos de la cuna a enfrentarnos a un mundo con todas sus implicaciones. Desde pequeños nos damos cuenta de que somos tan distintos como similares unos con otros y entonces aprendemos entre todos la humanidad en sí.
Como animales sociales nos construimos y deconstruimos todo el tiempo, lo cambiamos todo para al final entre todos cumplir con nuestra era tal y como todas las demás que ha habido. No somos más que una minúscula partícula de historia, de la historia de nosotros mismos que nos contamos y repetimos para no olvidar, no olvidarnos como especie racional, irracional y todo lo demás.
Somos un puto cáncer que lo destruye todo sabiendo las consecuencias de nuestros actos y sin embargo en manada seguimos solapándonos todo, porqué qué sería de nosotros si no, ¿En verdad, ¿qué sería y qué seríamos? Perfectos jamás y lo sabemos de siempre. En nuestra imperfección nos regocijamos y seguimos acabando con todo, acabándonos a nosotros mismos, acabando al fin de cuentas porque ¿Qué no es la vida finita? Todo acaba, con nosotros o sin nosotros todo siempre tiene un fin y el saberlo nos ha dado pauta a no sentir culpa. Por eso nuestras vidas son caóticas, somos animales impulsivos y nuestro supuesto raciocinio no nos frena todo el tiempo, a veces el pensamiento de lo finito se apodera de nosotros y decidimos no sentir culpa, porque también sabemos que la moralidad la inventamos nosotros mismos.
Qué difícil es en verdad parecerles a los otros un ser correcto porque no conocemos la plenitud del gusto, siempre hay carencia, siempre.
Nace de nosotros para nosotros mismos y somos tan compartidos que esa carencia la repartimos por igual entre todos y todo lo que conocemos. Por eso somos humanos y no Dios. Nadie es perfecto y nos encanta notarlo y regodearnos de eso.
Me gusta el café dulce como el chocolate y las golosinas, porque ya suficientemente amargas son otras cosas en la vida.
Me gusta pensar en mi propia insignificancia mientras miro el monitor que todos los días está frente a mi cara, en esta oficina llena de seres similares, pero tremendamente distintos, tan desconocidos, pero algunos hasta amigos.
Me gusta pensar que somos algo más que números y teclas, que somos la alegría en los ojos de los otros que nos rodean pero que no nos acompañan este lugar, en este instante tan vacío en el que se supone tenemos que producir para un montón de otros humanos a los que jamás vamos a conocer.
Somos minucias, pero minucias únicas e irrepetibles. ¡Coño! ¡Qué inmensamente paradójica es esta existencia! Ya casi es medio día, y no sé si sirvo o estorbo en este mundo, pero es agradable estar aquí y disfrutar de mi café, de mis desvaríos, de esos ojos verdes que no me pertenecen, pero mi miran enamorados por las tardes y de este maldito monitor y teclado que me acompañan.