De niño vi la luna deslizarse,
un lienzo puro entre ramas dormidas.
Mi alma quiso su brillo adueñarse,
mas lo efímero dicta sus medidas.
Testigo muda de juegos y sueños,
me enseñó que lo eterno se deshoja.
Las sombras bailan con pasos pequeños,
y el tiempo canta en su lengua más roja.
Hoy, en la noche, su luz me acaricia,
la misma luz que antaño conocí.
Pero el eco del pasado se envicia,
y en su fulgor, yo también me perdí.