¿Hacia dónde esa turba frenética
se dirige marchando en tropel?
¿que aparato siniestro, fatídico
allí se alza sangriento, cruel?
¡Oh, qué miro!... ¡Gran Dios!, un patíbulo
donde un hombre va presto a expirar
y en tan triste y odioso espectáculo
viene el hombre contento a gozar!
Y con rostros radiantes de júbilo,
y con ojos de fiera expresión,
no hay quien vierta siquiera una lágrima,
no hay quien muestre siquiera aflicción.
Ya allí con paso vacilante y trémulo
se acerca el infeliz que a morir va
¡cubre su cuerpo ensangrentada túnica;
su frente de dolor nublada está!
Tras él camina religioso séquito
y le da por consuelo en su dolor,
una imagen del Dios que allá en el Gólgota
fue de la Humanidad el Redentor.
Y él la contempla enmudecido, estático
y la estrecha a su pobre corazón,
porque es el dulce y saludable bálsamo
que calma el padecer. ¡La Religión!
Llega al cadalso y se arrodilla... mísero
y besa con fervor la Santa Cruz,
y alza los ojos hacia el cielo, lánguidos
por vez postrera a contemplar la luz!
Y de la tarde el último crepúsculo
tiñe las nubes de colores mil
y brilla pura la celeste bóveda
y su rica belleza ostenta abril.
Y hay un momento de silencio tétrico
y tristes ayes la campana da,
y se oye de las armas el estrépito,
¡y... un hombre menos en el mundo hay ya!
¡Ay!, es horrible e inhumano, bárbaro,
¡Sangre humana verter sin compasión!
¿Y osa llamarse “Liberal república”
la que autoriza tan nefasta acción?
¡Oh, Libertad! Alumbra con tu espíritu
a los que leyes a mi patria dan.
Y ellos así de nuestros sabios códigos
la palabra “Cadalso” borrarán.