Si tuviera inspiración
pudiera con vuestro tema
hacer, señora, un poema;
mas no la tengo en verdad.
Y nada podré deciros
por más que lo haya pensado,
pues poco me han inspirado,
Fe, Esperanza y Caridad.
Yo, que en mi niñez creía
que este mundo era un Edén,
donde se hallaban el bien,
y la paz y la alegría;
yo que he visto que es falsía
y engaño cuanto soñé,
yo que en él sólo encontré
dolor y pena hasta ahora,
decidme, por Dios, señora,
¿Cómo puedo hablar de Fe?
Yo que tras tanto llorar
la adversidad de mi suerte,
tan solo miro en la muerte
un término a mi penar;
yo que no espero encontrar
las dichas con que soñé
y sé que nunca hallaré
placeres ni venturanza;
yo que no tengo esperanza,
¡de Esperanza qué diré?
Yo que huérfano y aislado
infeliz vivo en el mundo,
sin que de mi mal profundo
ninguno se haya apiadado;
que aunque soy tan desgraciado
jamás encontré piedad;
que en mi mísera orfandad,
jamás a ninguno vi
tener caridad de mí,
¿podré hablar de Caridad?
¡Oh! Sí, que en medio de mi amargo duelo
hay una Fe que el corazón abriga,
y halaga mi alma de Esperanza amiga
cuando levanto la mirada al cielo.
Y aunque piedad no encuentre en este suelo,
ni compasión para mi mal consiga,
Caridad no le niego al que mendiga
y al que miro sufrir le doy consuelo...
Y vos a quien ha dado la fortuna
hermosura, riqueza y venturanza;
vos que amáis la virtud como ninguna,
fundad en vuestra fe vuestra esperanza;
que el Cielo hará que para siempre os sobre,
con qué ofrecerle caridad al pobre.