Allende ese vasto océano
que surcan ligeras naves
y en cuyas plateadas ondas
a hundirse el sol va en la tarde;
Allí do su altiva frente
un tanto abaten los Andes
y un hermoso puente forman
entre dos inmensos mares;
allá de mi dulce patria
en las riberas distantes,
de donde mi cruel destino
ha querido hoy alejarme;
dejo un objeto querido,
el objeto ¡ay!, más amable
el solo bien que poseo
lo que para mí más vale.
Pensando en él siempre vivo,
está en mi mente constante
y jamás de mi memoria
podrá llegar a borrarse.
Por él con ansias deseo
volver a los dulces lares
donde mis años primeros
se deslizaron fugaces.
Lo recuerdo en la mañana
cuando brillante el sol nace,
y cuando en el Occidente
moribunda su luz arde.
Que ese objeto es para mí
lo que en el mundo más vale;
porque ese objeto querido
es... “la tumba de mi madre”.