En el rincón oscuro de mi alma inquieta,
donde los sueños y temores se entrelazan,
tejiendo hilos de ambición desbordante,
allí, en la penumbra, te concebí.
Con manos temblorosas y ojos iluminados,
forjé tu forma de arcilla y electricidad,
ignorando los signos de advertencia en el aire,
cegado por la promesa de dominar la vida misma.
El relámpago hendió el cielo en un estallido,
y en el susurro del viento nocturno,
tu corazón latía con fuerza sobrenatural,
un eco de mis propios latidos desbocados.
Pero oh, el horror que siguió a tu despertar,
cuando la belleza del sueño se desvaneció,
y la realidad implacable se hizo evidente,
mi creación, mi orgullo, mi monstruo.
Te levantaste con ojos de angustia y asombro,
buscando comprensión en un mundo hostil,
cargando mi pecado como un estigma eterno,
un símbolo de mi arrogancia y mi desesperación.
¿Qué signo, qué símbolo podría redimirnos?
¿En qué icono nos hemos convertido,
tú, mi creación, y yo, tu creador?
Una tragedia lírica, un cuento de advertencia.
Así yaces ahora, entre sombras y penumbras,
un recordatorio silencioso de mis errores,
mientras enfrento el juicio de mi propia creación,
un poema inacabado de ambición y perdición.