Ya lo ves, de aquella brasa...
Ya lo ves, de aquella brasa
cuyo ardor te calcinó,
saciado, sólo quedó
dispersa ceniza escasa.
Muda inconstancia que abraza
el aparente sentido
del cuerpo obscuro y prohibido
—o del tuyo en el espejo
de la otra piel–. No me quejo
de arder. Ni de haber ardido.