Como manada’e perros cimarrones
cuando topa una res flaca y sin juersas,
lo cargó entropiyao el milicaje
sin darle tiempo ni a maniar la oveja.
Y los corvos ganosos se cimbraron
en el lomo del gaucho,
mientras juía trepada en el pampero
la vos enronquecida’el comisario.
Atao con maniador de cuero crudo
po’abajo’e la barriga del cabayo,
tosiendo sangre, reventao a golpes,
pa las guascas dispués con él tocaron.
Del pescueso en la barra
pasó la noch’entera,
judiao po’el cuartelero, que al sentirlo
clamar de sé, le daba salmuera...
Y al otro día un jues empalagoso
s’esplayó hablando’e leyes y delitos,
y a la sombra mandó que lo tuvieran
una punta de meses, por castigo.
No tuvo en cuenta qu’el caudiyo’el pago,
por cuestiones de pelos,
lo había echao al paisano de su estancia,
and’estaba ganándose’l puchero.
Ni qu’el hombre, campiando otro conchabo
sin poder conseguirlo,
había yegao al punto’e rebajarse
mendigando una achura pa sus hijos.
Ni qu’el dueño’e la oveja que robara
tenía la burra rebosando’e libras,
y una punta d’estancias tan pobladas
que ni él mismo su hacienda conocía.
Y qu’en cambio en el rancho del paisano
—un sucucho sin juego y sin abrigo—
yoraban tres gurises inocentes
galguiando de hambre y erisaos de frío...