Estaba con mi bicicleta en la plaza España, esperando que se pusiera el semáforo en verde. Giro mi cabeza a la derecha y veo a mi lado a una antifa que está sometiendo a su bicicleta a un brusco vaivén. No entendía el por qué. Daba la sensación de que ansiaba que el semáforo se pusiera en verde cuanto antes y reanudar la marcha. Noté su impaciencia. De repente, cruza el semáforo, aun en rojo, un facha con chaleco que iba con el móvil en mano, y veo que mira con violencia al rojo. Le reta con la mirada, le traslada su enemistad. Luego me mira a mí con los ojos algo más sosegados pero sin dejar de ser desafiante. Es entonces cuando reacciono y le esputo con asco: “facha!” reconozco que no me esperaba respuesta por su parte, pero me sorprende y me lanza con cólera un: “que te jodan!” durante unos segundos, me quedo sin palabras que decir, como muda... es como si me hubieran cortado las cuerdas vocales, pero rápidamente me repongo, recupero mi habla y le suelto ya con un tono más tranquilo, pero con el mismo asco: “me da igual, sigues siendo un facha de mierda, así que...” veo que el rojo sonríe discretamente mientras me dirige alguna mirada. Hay un señor cerca que me mira con cierto enfado y es entonces cuando, coincidiendo con que el semáforo se pone en verde, me posee el más paroxístico espíritu antifascista y le expectoro furibunda: “fachas, guarros, asquerosos!” a cada insulto que dedico a aquel viejo facha, el rojo responde con un movimiento de su bici. Es un movimiento brusco, violento y seco, pero que acompaña a mis palabras al igual que una batería acompaña la dura y atrevida letra de un cantante de rock. Decido clavarle la puntilla con un rabioso: “hijos de puta!” el hombre no responde, calla, sin quitarme el ojo de encima. Aguanta los insultos con enojo y sin abrir la boca. En ese instante veo que el rojo me mira con algo de desconcierto y asombro, cosa que me disgusta. Me dispongo a cruzar el paso de cebra, pero la violencia exacerbada que me posee me hace darme la vuelta para seguir al facha del chaleco y decirle unas cuantas cosas más. No debía de andar muy lejos... mientras me dirigía a él iba diciendo sola e iracunda y para llamar la atención de todo el mundo: “a ver dónde va a este, a ver. Se va a cagar.” Lo encontré, seguía con su móvil en mano, me acerqué sigilosamente a él y le empecé a dar unas palmaditas (que bien podrían ser palmadazas) en la espalda, mientras le decía con un tono de voz elevado y con enfado: “estás hecho tú un buen facha, eh? pero de los buenos, de los buenos”, al tiempo que le mostraba irónicamente el puño republicano. El facha se quedó estupefacto, ojiplático y sin saber qué decir. Su mudez era síntoma de que yo había ganado la partida. No creo que se volviera atrever a mirar mal a ningún antifa. Retomé mi marcha y de frente vi a una mujer que iba con un carricoche. Sonreía al facha y tuve la sensación, aún sin ella decir nada, que estaba de parte de él, pero no lo supe a ciencia cierta... por eso decidí no decirle nada. Seguí mi camino dirección María Auxiliadora con ganas de continuar aplicando por las calles mi propia justicia y orgullosa de poner a aquel facha gordo en su lugar.