Iba con mi bicicleta cerca de la estatua de Adares, cuando vi a una familia de fachas haciéndose una foto con ella. Se notaba que solo les interesaba hacerse la foto y que no tenía ni puta idea de quién se trataba ni interés en saberlo, y les salté: “muchas fotos y ni sabéis quién es. Fachas teníais que ser, enemigos de la cultura” Ninguno de ellos me dijo nada, aunque tampoco lo hubiera escuchado porque llevaba los cascos puestos. Según iba tirando para adelante, vi en la esquina, a escasos metros, a otro grupo de fachas viejos a los que les dije que ellos también eran unos fachas. Pero, de repente, se presentó ante mí un rojo acompañado de su novia que me miraba con ojos muy atentos y expectantes buscando que dijera algo más, pero no lo hice y me callé. Él buscaba que le sonriera o le mirara amablemente, pero tampoco lo hice. No sé por qué me embargó una vergüenza difícil de definir... quizás es porque iba con su novia y me achantaba la idea de ser maja con él. Cambié mi postura y doblé mi espalda producto del pudor. Él iba bien tieso, pero de repente cayó casi al suelo y su mirada con él... adoptó una actitud cabizbaja no sé si porque se dio cuenta de que yo no quería sonreírle y se avergonzó o porque se acordó de que iba con su novia y le debía respeto. Yo le seguía mirando con arrepentimiento por no haber sido más simpática con él y le pedía perdón con la mirada, pero él no volvió a alzarla y se quedó caído, como derrotado. Sentí que le había fallado y me flagelé mucho con esta sensación durante bastante tiempo.