J. Román Vieira

Fuego.

Fuego.
 
Se nos extendió el amor un día...
como un fuego de esos que ya nadie apaga.
Éramos entonces movidos por el viento y el hambre,
como las hojas que se consumen a su paso por la llama.
 
Ella era la sombra que bailaba a la par de la flama,
el humo que se disipa en un orgasmo hacia el espacio,
y yo era, quizás, el sonido, el crepitar de la madera,
aquello se vuelve ceniza, sin más, ante la hoguera.
 
Hoy nos queda solamente un fuego de artificio,
de esos que se encienden por la mecha y vuelan,
lejos, muy lejos en el cielo y luego estallan
en la memoria del amante que recuerda un viejo oficio.
 
Ella es entonces un flashazo en la memoria,
una chispa que escapa, algún rescoldo,
y yo, viejo y cansado, pero aún absorto...
Le dedico una última bocanada a nuestra historia.
 
—Fuego—

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