...
Voy inventando árboles con tu perfume
dominando el reino animal;
con mi hueso poroso
mi poesía cíclica y ágata.
Construyendo sobre el pelaje del cielo
al hombre sordo de mi poesía.
Tengo esta vértebra afónica.
Respiro una margarita y hasta mis pulmones entra
un barullo infinito de esa tarde
sentado en la vereda al frente de tu casa.
Sediento agónico, crece mi pupila marina
por los ijares de otro cuerpo; te estoy inventando
con mi boca de otras bocas
irrumpes con tu agua mi canto
y el canto de los peces despavoridos saliendo
del mar para posarse en tu vertebra de amor.
Ahora que estoy estudiando y durmiendo
entre pieles gigantes,
trazaré las mil y un maneras de llamarte;
arrimado a la vida
esperando que tu silencio se haga fruta
y comérmelo.
Para que tú hagas silencio conmigo dentro.
Una simbiosis silente dentro de mí – tu –
cuerpo dormido.
Dormido tú y hasta húmedo;
tu respiración es un suave oleaje verde de la hoja
que se traspasa a través de la ventana:
tierna quinta hoja que la veo con mis ojos públicos:
la danza natural de la rama
frente a la suave rozadura de la mejilla del viento.
Observo detenidamente ese bicho diáfano
poblar toda la superficie de la hoja
con su perfume cabrío:
la mejilla, el bicho, la hoja
se tragan entero por mi tráquea solar.
¡Qué delicados somos mientras miramos las flores!
Qué delicado instrumento ahora mide
mi delicado progreso; qué hábil soy
cuando la hoja desdentada se acurruca suave
sobre la góndola del viento: pequeña
planta oscura primigenia
no te muevas:
te estoy inventando.