Amado Nervo
—¡Madre, madre me muero de sed!
Si supieras qué sueño he tenido...
−¿Qué soñamos mi amor?—Pues soñaba
que vivía en un raro planeta,
glacial, cristalino.
En un raro planeta de hielo,
habitado por seres blanquísimos
y de un rubio ideal, que moraban
muy felices en medio del frío.
 
Los enormes, translúcidos témpanos,
azulados, a la luz de un tímido
satélite verde, fingían fantasmas
envueltos en linos
irreales, o montes absurdos
de amatistas, topacios, zafiros...
 
Y recuerdo también madre mía,
que en ocultos sitios
llenos de misterio,
vigilados siempre por custodios, rígidos,
gigantescos, mudos, habría unos pozos,
unos pozos hondos... hondos, ¡de aire líquido!
 
Era ciento ochenta grados bajo cero
su temperatura...
           −¡No delires, hijo!
—¡Ciento ochenta grados bajo cero, madre!
Y si por descuido
un bloque de hielo caía en un pozo,
hirviendo al contacto de aquel cuerpo ígneo
se alzaban columnas de vapor de aire
lanzando, rabiosas, sus agudos silbos...
 
Esos pozos estaban cubiertos,
y muy recatados y muy escondidos.
...Pero yo, muriendo de sed, fui a buscarlos,
fui a buscarlos, madre, pero entre los riscos
de hielo, con ansias de apagar la lumbre
de mis fauces ávidas (mientras que, dormidos
los rubios guardianes yacían al borde
de cada hoyo estigio).
 
Y abriendo la tapa de uno, del más grande,
por inadvertencia resbalé al abismo
¡Resbalé a la sima negra, en cuyo fondo
había aire líquido!
 
¡Oh qué sensación deliciosa, madre!
¡qué estupendo frío!
¡Por fin a esos labios de brasas, la fuente
mayor de frescura refrigeraríalos!
 
¡Pero no acababa de caer al fondo!
¡No llegaba al líquido!
Nunca terminaba mi derrumbamiento:
¡sólo iba creciendo mi frío!
 
...¡Al fin llegué, madre, llegué, qué ventura!,
¡qué baño divino!,
¡qué inmersión silenciosa en las linfas
insondables del pozo dormido...!
 
Mas ¡ay!, que al contacto de aquellos caudales,
de aquellos caudales claros y tranquilos,
sentí que mi cuerpo se cristalizaba
como un gran diamante volviéndose nítido.
¡Era yo un cadáver de cuarzo! ¡Un cadáver
infinitamente frío, frío, frío!
 
¡Pero libre, madre, de sed para siempre!
¡De esta sed inmensa que ya no resisto!
 
¿Por qué he despertado? ¿Por qué volví al horno
de este lecho...? ¡Madre, tu vaso está tibio!
...¡Llévatelo! ¡Quiero que me des un vaso
de aquel aire líquido!

de "El libro que la vida no me dejó escribir"

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