Inútil es tu gemido:
no la mueve tu dolor.
La muerte cerró su oído
a todo vano rumor.
En balde tu boca loca,
la suya quiere buscar:
Dios ha sellado su boca:
¡ya no te puede besar!
Nunca volverás a ver
sus amorosas pupilas
en tus veladas arder
como lámparas tranquilas.
Ya sus miradas tan bellas
en ti no se posarán:
Dios puso la noche en ellas
y llenas de noche están...
Las manos inmaculadas
le cruzaste en su ataúd,
y estarán siempre cruzadas:
¡ya es eterna su actitud!
Al noble corazón tierno
que sólo por ti latió,
como a pájaro en invierno
la noche lo congeló.
—¿Y su alma? ¿Por qué no viene?
¡Fue tan mía...! ¿Donde está?
—Dios la tiene, Dios la tiene:
¡Él te la devolverá
quizá!