Un labrador miraba
con duelo su sembrado,
porque gansos y grullas
de su trigo solían hacer pasto.
Armó sin más tardanza
diestramente sus lazos,
y cayeron en ellos
la cigüeña, las grullas y los gansos.
“Señor rústico, dijo
la cigueña temblando,
quíteme las prisiones,
pues no merezco pena de culpados:
la diosa Ceres sabe
que, lejos de hacer daño,
limpio de sabandijas,
de culebras y víboras los campos.”
“Nada me satisface,
respondió el hombre airado;
te hallé con delincuentes,
con ellos morirás entre mis manos.”
La inocente cigüeña
tuvo el fin desgraciado
que pueden prometerse
los buenos que se juntan con los malos.