En un metal de cipreses
y de cal espejeadora,
sobre mi sombra caída
bailo una danza de mofa.
Como plumón rebanado
o naranja que se monda,
he aventado y no recojo
el racimo de mi sombra.
La cobra negra seguíame,
incansable, por las lomas,
o en el patio sin balido,
en oveja querenciosa.
Cuando mi néctar bebía,
me arrebataba la copa;
y sobre el telar soltaba
su greña gitana o mora.
Cuando en el cerro yo hacía
fogata y cena dichosa,
a comer se me sentaba
en niña de manos rotas...
Besó a Jacob hecha Lía,
y él le creyó a la impostora,
y pensó que me abrazaba
en antojo de mi sombra.
Está muerta y todavía
juega, mañosa a mi copia,
y la gritan con mi nombre
los que la giran en ronda...
Veo de arriba su red
y el cardumen que desfonda;
y yo río, liberada
perdiendo al corro que llora.
Siento un oreo divino
de espaldas que el aire toma
y de más en más me sube
una brazada briosa.
Llego por un mar trocado
en un despeño de sonda,
y arribo a mi derrotero
de las Divinas Personas.
En tres cuajos de cristales
o tres grandes velas solas,
me encontré y revoloteo,
en torno de las Gloriosas.
Cubren sin sombra los cielos,
como la piedra preciosa,
y yo sin mi sombra bailo
los cielos como mis bodas...