Largo cuento de mis años,
historia loca de mis días.
Si no lo digo no lo creen
y contada sabe a mentira.
Ha sesenta años que en el Valle
–de leche y mieles– se nacía
y una montaña me miraba
y una madre me sonreía.
Ha sesenta años, Valle mío,
yo era un vagido que tenía
cabellos de aire, mirada de agua,
y ojos que rutas no sabían.
Son sesenta años huidos
y cuento mío se diría
que me dieron gesto y mirada
y un vagido que ni me oían.
Y me dieron los elementos
las estaciones y los días.
Hace tanto que... no me acuerdo.
La Madre sí se acordaría.
Hace tanto que no recuerdo
y tan poco que bien podría...
Pero si ella me lo contase,
¡la creería, la creerñía!
Cuenta tú, mi contadora
que dices imaginerías,
lo del bulto pequeñito,
de la gaviota, la chinchilla.
Cuéntalo tú, mujer del Valle
que me besaste el primer día
entregándome al Dios Padre
como a su huerta y a su viña.
Si pudieses volver, la Madre
o la Marta que bien mecía,
me contases como una fábula
en cada noche y hasta el día.
Pero a los mares que navego
que son mates de extranjería
y a las tierras que me encamino
con cien nombres de lejanía.
¿Cómo pueden llegar las dos
madres de nube o de neblina
llamadas con grito vano
y sólo en sueño conocidas?