Tenías, ay, tenías cielo y tierra (1)
abiertos, y dorados y extendidos:
en tus dos ojos griseaba la caña
y el cafetal estaba en flor y en sangre
y los granados rompían el aire.
Ahora otros menos que tú heroicos
cogen tus odres, tus lazos, tus redes.
Otros llegaron a tomar las barcas,
los arneses y el cubo de semillas.
Salen y entran por la casa tuya,
silban al alba, arrean y parten
y humean de su sangre y sus alientos.
Oigo picos, y sierra, y molinos,
en rasgándose el día, y no son tuyos,
y me remece el trueno de la piedra,
y la mecha y el brazo no son tuyos.
Van a torcer un río, a abrir un cerro,
van a plantar un pueblo como un árbol.
Pararon, jadeando, una avalancha,
gritan un ¡aleluya! (y no tu grito).
Y después de su gloria y de su gozo,
van a pasar delante de tu casa
esta tarde y mañana, ahora y siempre,
y los voy a contar uno por uno
sin verte rostro, ni turno ni cifra.
En este atardecer todo lo vivo,
va a pasar vivo por tu casa yerta,
y su mirada y hasta las pobres bestias
olfateando mis ropas y tocándome,
mugiéndome por ti, y echando su hálito.
Parece como que todo está íntegro;
que nada muere y sólo tú moriste,
que todo acude y sólo tú no llegas,
que corre hasta el castor y baja el topo,
ya no tienes caminos.
(Antes de saber el horror entero).
En vaho vuelan sobre los que pasan
su faena y sus juegos. Pasan henos
cortados, plumarada de la caña,
vigas airosas con aleros rojos
y detrás y deshechas van tus obras
y voluntades en trapos de niebla.
Ibas a hacerme el establo, la granja,
el colmenar y el vivero de peces,
el pozo para cuando la sequía
y el campo sin arar para mi huesa.
Tú ibas a medir mis doce palmos,
yo para ti, yo no iba a contarlos.
Quieren saber de ti, se mueven, gimen
hacia mí como rectos animales
en la noche, tus muros, y en el día
la sal me quema las palmas, la fruta
pregunta abierta y reteniendo el jugo;
el bananal bracea averigüándome,
y enróllanse y me siguen tus caminos.
Hay delante una tierra que era tuya,
y se quedó como mujer sin dueño;
*hay un taller de oro, unos tendales (2)
de herramientas oscuras y azoradas,
y hay un olor de cafés y trapiches,
y hay sobre el campo una ancha levadura
que derramado sube, hierve y habla.
Y tú no vas ni vienes por este aire
y esta fe, y este ardor, y esta hermosura,
sino que llegas con la luz sesgada,
y al cerrarse los puños de la noche,
*ave de seda a caer en mi cara
y a repasarme el pecho y darme sueño.
Pero mi sueño se rompió en tu cuerpo (3)
y tú ni yo juntamos sus pedazos,
porque los mediodías y el sol ácido
me muestran y me miden y me gritan
tu río seco, tu granja aventada,
y el pespunte sin fin de tu carrera.