El hombre que devora los periódicos de nuestra época
no está en un circo como los trapecistas o los come
candela.
Si hace un poco de sol se le puede encontrar en los
parques nevados o entrando en el Metro, arrastrado
por sus hábitos de lector.
Es un experto en la credulidad de nuestro tiempo este
reconcentrado.
La vida pasa en torno a él, no lo perturba, no lo alcanza.
Los pájaros lo sobrevuelan como a la estatua de la
Plaza de Pushkin.
Habitualmente, los pájaros lo cagan, lo picotean como
a un tablón flotante.