Para seguir la música
en las líneas de fuego,
ensayé tantos ritmos
torpes y olvidados.
Para aumentar la marcha
andando entre los hombres,
redoblé en tantos pueblos
destruidos o muertos.
En las noches de invierno
estuve muy enfermo.
Me contentaba el baile
de las niñas rapaces.
“Hay un color extraño
en los árboles nuevos”—
grita el joven poeta
que se va a proclamar su certidumbre.
“El aire está podrido
encima de los techos”—
chillan las viejas europeas flacas.
Pero yo (no lo digas a nadie)
me oculto como un niño,
aceito bien la trampa,
adivino soldados dondequiera,
oscuridad, y rezos.