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Ya me voy porque me llama un silbo que es de mi Dueño, llama con una inefable punzada de rayo recto: dulce-agudo es el llamado
Soy cual el surtidor abandonado que muerto sigue oyendo su rumor. En sus labios de piedra se ha qued… tal como en mis entrañas el fragor… Y creo que el destino no ha venido
A la azul llama del pino que acompaña mi destierro, busco esta noche tu rostro, palpo mi alma y no lo encuentro. ¿Cómo eras cuando sonreías?
El papagayo verde y amarillo, el papagayo verde y azafrán, me dijo «fea» con su habla gangosa y con su pico que es de Satanás. Yo no soy fea, que si fuese fea,
Árbol hermano, que clavado por garfios pardos en el suelo, la clara frente has elevado en una intensa sed de cielo; hazme piadoso hacia la escoria
Aquel mismo arenal, ella camina siempre hasta cuando ya duermen lo… y aunque para dormir caiga por tie… ese mismo arenal sueña y camina. La misma ruta, la que lleva al Es…
Vuela un olor delicado y tímido y placentero, delgado como la brisa, íntimo como el aliento. Lo había olvidado andando
Un pobre amor humillado arde en la casa que miro. En el espacio del mundo, lleno de duros prodigios, existe y pena este amor,
El viento Norte viene levantándose, ladino, y aunque es más viejo que Abraham, así comienza de fino, y si no se apura el paso,
¡Dulce Señor, por un hermano pido… indefenso y hermoso: ¡por el nido! Florece en su plumilla el trino; ensaya en su almohadita el vuelo. ¡Y el canto dices que es divino
Creo en mi corazón, ramo de aromas que mi Señor como una fronda agita… perfumando de amor toda la vida y haciéndola bendita. Creo en mi corazón, el que no pide
Yo no sé si podré venir. A ver si te cumplo, hermana. Llego, si vengo, en aire dulce por no helarte la llanada o en el filo de tu sueño
Después de la trompa épica, más elefantina que metálica de nuestros románticos, que recogieron la gesticulación de los Quintana y los Gallegos, vino en nuestra generación una repugnanci...
Padre Nuestro, que estás en los c… ¡por qué te has olvidado de mí! Te acordaste del fruto en febrero, al llagarse su pulpa rubí. ¡Llevo abierto también mi costado,
Una en mí maté: yo no la amaba. Era la flor llameando del cactus de montaña; era aridez y fuego;