Allá en el tranquilo hogar,
Donde mi infancia pasé,
Tu nombre, Tula, escuché
Muchas veces resonar.
Que mis padres al hablar
De su juventud dichosa,
Siempre con voz cariñosa
Tu nombre, Tula, evocaban,
Y al pronunciarlo exclamaban;
¡Cuánto talento! ¡Qué hermosa!
Así tu nombre escuchando
Repetir hora tras hora,
Desde mi infancia, Señora,
Se fue en mi pecho grabando.
Así más tarde, admirando
Tus cantos nobles y bellos,
Sentía tanto con ellos
Que me embriagaba anhelante
De tu genio deslumbrante
En los vívidos destellos.
Destellos de luz divina
Que en su entusiasmo profundo
Admira extasiado el mundo
Que absorto ante ti se inclina.
Tú de Safo y de Corina
Eclipsaste la memoria:
Tu nombre llenó la Historia,
Y la fama refulgente
Ciñó tu divina frente
Con el laurel de la gloria.
De mi Cuba en el Edén
Se meció tu noble cuna,
Y la mía, por fortuna,
Aquí se meció también.
De la suerte, a ti, el vaivén
Te arrancó de tus hogares,
Y atravesando los mares
Fuiste a lejanas regiones
A embriagar los corazones
Con tu genio y tus cantares.
Quizá en medio del contento
De tu cerrera triunfante,
Se borró por un instante
Cuba de tu pensamiento.
Por eso con duro acento,
Aunque el escucharlo asombre,
Alguien de ingrata el renombre
Te dio con negra perfidia...
Pero es muy baja la envidia,
¡Y está muy alto tu nombre!
Águila de blancas plumas
Alzaste rauda tu vuelo,
Buscando audaz en tu anhelo
Un horizonte sin brumas,
Aire, luz, flores y espumas,
Otro espacio más profundo
Donde tu genio fecundo,
Derramándose a raudales,
Con tus cantos inmortales
Pudiese llenar el mundo!
Y lo llenó; no hay quien pueda
Hasta tu altura subir,
Ni hay ni habrá en el porvenir
Gloria que a tu gloria exceda.
Déjame, pues, que ahora ceda
A mi inspiración ferviente,
Y que mi canción ardiente,
Aunque desnuda de galas,
Vaya del viento en las alas
Hasta el viejo Continente.
Y si en la noche serena,
Alrededor de la tumba,
Oyes que una voz retumba,
De amor y entusiasmo llena;
Si allá en el no ser resuena
De la Tierra algún acento
Que te recuerde la vida,
Es de tu Cuba querida
El tristísimo lamento.
Lamento del corazón
Que va a interrumpir tu calma
Y que te lleva en el alma
La profunda admiración.
Y a mí, que en loca ambición
Sigo tu huella esplendente,
De esa luz resplandeciente
Que de tu genio destella,
¡Dame, Tula, una centella
Para iluminar mi frente!
Dámela, y como se ve,
De un lago en el terso espejo,
Brillar del Sol el reflejo,
Yo con tu luz brillaré.
Dámela y te cantaré
Cual merece tu memoria,
Y cuando tu hermosa historia
Admire extasiado el hombre,
¡Tal vez contemple mi nombre
Al reflejo de tu gloria!