Te adoro en momentos de angustia.
Cuando el reloj marca las 12
y sé que me tengo que ir
pero no quiero.
Lo que quiero es quedarme
viendo, por tu diminuta ventana,
si las estrellas que ves
son las mismas que las mías.
Me tengo que ir, pero no por propia
voluntad. Me voy porque me obligas
con la mano en el cuello.
Me voy a regañadientes.
Único silencio. Es la madrugada.
El tiempo se hace arena,
se escapa si lo quieres agarrar.
Pero tú sigues intentándolo
porque te da igual todo,
quieres hacer que funcione.