Engáñame, engáñame, mi vida,
y vuélveme a engañar;
hazme creer que al fin de la partida
nos hemos de encontrar.
Cúname, Amor, en el divino engaño
de la inmortalidad,
y sírveme de escudo contra el daño
de la última verdad.
Y si no me engañaras, mi tesoro?
si volviera a nacer?
si en una esquina del celeste coro
llegáramos a ser
lo que si hubiera por merced querido
lo que no quiso Dios
seríamos, en un eterno nido,
por siempre uno los dos?
Engáñame, mi amor, mas sin que sepa
que engañándome estás;
hazme creer que para aquel que trepa
con fe, una cumbre más
hay siempre tras la cumlbre de subida,
que es eterno ei subir;
hazme creer que no muera la vida
y que muere el morir.
Engáñame... pero en tan dura brega
qué es eso de engañar?
cuando el alma en el sueño así se anega
todo es vuelta a empezar.
Desengáñame... no! no es hacedero;
siempre habría de ser
para mí un nuevo engaño más certero...
déjame padecer...!
Déjame que padezca y siempre dude
con desesperación;
deja que sangre, como Cristo, sude
rendido el corazón.
Sabe ella. Dios, esta terrible lucha?
es que oyéndome está?
y la tierra, su tierra, es que me escucha
y al fin responderá?
Por qué no me abres, Dios, tu pecho abismo
y me pueda ver
y verla como fuimos, uno mismo
aun antes de nacer?
Si ella no ha muerto en mí es que yo en ella
me habré muerto, Señor?
es que se borra al cabo toda huella
del vuelo del Amor?
Y aunque así sea guarda este mi grito
dentro de ti, Señor.
y que lleve al confín del infinito
el alma de las almas de los dos...!