Miguel de Unamuno

Teresa: 46

Con la unción de su lengua de grana
se mojaba los labios resecos
y entre tanto tecleaban mi mano
           sus lívidos dedos.
Y sentía al compás de la fiebre
que ceñía por dentro a sus huesos,
como el agua de rueda de forja
           sacudirme el cuerpo.
Corazón, entre yunque y martillo
te forjaron sus labios, sus dedos,
y sus ojos del cuño de muerte
           pusieron el sello.
Corazón, la campana de gloria
eres tú que su muerte tañendo
con tus toques su tierra bendita
           levantas al cielo.

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