Con la unción de su lengua de grana
se mojaba los labios resecos
y entre tanto tecleaban mi mano
sus lívidos dedos.
Y sentía al compás de la fiebre
que ceñía por dentro a sus huesos,
como el agua de rueda de forja
sacudirme el cuerpo.
Corazón, entre yunque y martillo
te forjaron sus labios, sus dedos,
y sus ojos del cuño de muerte
pusieron el sello.
Corazón, la campana de gloria
eres tú que su muerte tañendo
con tus toques su tierra bendita
levantas al cielo.