«Cuando me enseñaban—me decías—
la tabla de multiplicar,
era el siete lo difícil, ¿sabes?
el siete no sé cantar...
Siete por tres, por ejemplo, dime,
¿cuántos nos salen al contar?»
«Deja esas cosas—te dije—; mira,
con números no hay que jugar...
Es un juego que da malos ratos...
a qué aprender a contar?»
«Como eso otro del relé—añadiste—
ese nueve acostado, ¡ah!,
no lo puedo mirar... me parece
una cruz cayendo a la mar...
La gramática ya era otra cosa,...
lo de infinitivo: ¡amar!
Y por qué es eso de infinitivo?
y participio y... qué más?
Y yo amara, amaría o amase
y lo otro de: habría de amar
y gerundio... ¿no es un fraile acaso?
¡qué cosas me han hecho estudiar!»
Y ahora cuentas los años, las horas,
como se vienen y se van,
y conjugas el verbo divino
en el silencio... que es ¡soñar!