Miguel de Unamuno

Teresa: 27

Eran dos medallones tallados en la piedra;
medio ocultos estaban por un manto de yedra.
Ella y él enlazados por guirnalda de rosas
que, como una balanza, partía de las fosas
de los ojos vacíos de calavera pura
que la yedra vestía con su pía verdura.
Era la hechura dura; la piedra era granito;
el dintel de una puerta perdida al infinito.
Ella y él cara a cara se miraban gastados
¡por el sol y las lluvias de los siglos pasados.
Habían hecho nido sobre la calavera
un par de golondrinas en cada primavera
y protegió a aquel nido de más de una borrasca
la yedra compasiva con su espesa hojarasca.
La puerta no se abría ni se cerraba nunca;
era lo que quedaba de una morada trunca;
era muda testigo de una olvidada historia,
ojo de la ruina, rebojo de la gloria.
Miramos pensativos a la puerta sin casa,
miramos a la tierra, por la que todo pasa.
«Así es la vida.. .—dije; «Tan así... Rafael.»
—respondiste mirando al señero dintel.

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