La noche descansa bajo su oscuro lecho;
Acostumbrada a vivir sin miedo ninguna,
Y cobijada, por la ¡suave brisa del viento!
Sólo la acompaña: ¡la explendorosa luna!.
Sutiles estrellas en los pastizales del cielo,
Dan una danza de armonía en sus horas;
Sólo se escucha el mecer de los árboles
Cantando la lechuza, la sagrada armónica.
Mi corazón baila sobre la noche sombría,
Y endulza mi espiritu con su aliento,
Cuya voz radica dentro del pensamiento
Ansiando tener paz, _ ¡en su evangelio!.
Porque en su arrullar me lleva a la cuna,
A la sombra de mis sueños infantiles,
Con la gracia de soñar con la cenicienta
Y de seguirle en sus pasos danzarines.
Sólo ella y yo; en sus horas nocturnas,
Disfrutando del silencio de la velada,
Antes que la salida del sol poniente
Acabe, con nuestras _ ¡madrugadas!.