¡Los huérfanos gimen! Es que ha muerto el coloso
cantor de amor y de marcial trofeo.
Como murió el Adonis de perfil hermoso,
ha muerto Adonis el del rostro feo.
¡Maldita hermosura de la carne que es fatua
–del fruto podre vanidad de cáscara–
bella solo por ser modelo de la estatua!
¡Qué importa la hermosura de la máscara!
¡Malditas las cosas silenciosas y estáticas!
¡Maldito el charco—espejo de Narciso!
¡Bendición a las liras y a las flautas áticas
que estremecen las figuras del friso!
¡Maldición al verso que es de peltre y de talco!
¡Oro de gloria a Rubén en su Adonia!
Llantos y anémonas sobre el gran catafalco,
entre los nítidos fustes de Jonia.
Rizos de piedra, espiras, capitel jónico.
Volutas retorcidas cual zarcillos
que fueron molinetes de un puntero armónico
para los melódicos caramillos.
Helicoidal tirabuzón de caracolas
hecho en el blanco cabello del Paros
curva remedada de la egeas olas
de los flancos del mar zarcos y claros.
¡Rubén Darío, has muerto! ¡Rubén Darío,
de marfil y ébano tu lecho sea!
¡Besen airones de humo de mirra tu frío
cuerpo, dispuesto al connubio con Rhea!
¡Oh, Cibeles, que tienes collados por senos,
en ti la savia del mundo se encierra!
¡Para los muertos tus pechos están siempre llenos!
¡La última querida del hombre es la tierra!
En Nicaragua la hija de Telus te espera,
gran poeta de erótico prestigio;
serás grano de oro en su gran sementera.
Ella te amaba como al Atis frigio.
Atis, envidioso de verla tan fecunda,
con una piedra aguda se castró;
con su virilidad murió, y la coyunda
de su carroña a Rhea fecundó.
Y es que la Cópula y la Muerte son lo mismo:
eslabones casuales, altos nexos,
lucios lampadarios del sideral abismo.
¡Gloria a las Agonías y a los Sexos!
¡Gloria a las lúbricas metafísicas hambres
que redimen del lodo y del marasmo!
¡Gloria a las rosas negras de rojos estambres!
¡Gloria a la ciencia, hija del espasmo!
¡Muerte, madre de metamorfosis hermosas!
Cual vino a ser mariposa la oruga,
vendrá a ser sangre el rosal y la carne rosas.
La Materia Eterna siempre está en fuga.
¡Böcklin, Maeterlinck! Quien fornica se destruye,
y la Intrusa es potente y es lasciva;
el protoplasma muerto hacia otras formas huye,
y queda del Dolor la llaga viva.
¡Rubén, Rubén! Queda en carne viva mi lacra
ante el despojo de tu carne muerta.
¡Mas no lloro! Se dio a ti la Armonía sacra,
y hoy devuelves al Cosmos su alta oferta.
Rubén Darío, sol mítico y panteísta,
en el Gran Todo tu substancia fluye;
tu verso cadencioso, síntesis de artista,
entre las multitudes se diluye.
¡Morir no es morir! Es proteica mudanza.
De aspecto en aspecto transmigramos,
y con nuestros sollozos, la única esperanza,
el Devenir, la Muerte denigramos.
Como ante el Sol, hay que cantar ante los muertos
porque han ascendido unos tramos más
en la Infinita Escalinata. Están ciertos
de lo que hay del velo mayo detrás.
Rubén, no te lloro porque no te he perdido;
te canto, porque aún canta tu recuerdo
en mi alma de alumno. Tus versos he aprendido,
y porque te recuerdo no te pierdo.
Tu carne nutre el asfódelo del montículo;
la Vida todo lo ama y lo desmocha,
y silba la flauta de cañas de Janículo
los rotundos escolios de Spinoza.