Besa la niebla de las madrugadas
de mis balcones el cristal;
solfea el reló cinco campanadas
como un arpegio digital.
¡Silencio matinal! Nada me turbe
salvo el ronco rodar de un coche
o un alegre cantar de gallos de urbe
dando extremaunción a la noche.
Leo en sartas de letras pequeñitas,
con ambiente callado y quieto,
por mi buen bisabuelo manuscritas
máximas del viejo Epicteto.
¡Marcha el sirio filósofo estoico
sobre sabia huella socrática!
Quiere su crátera en mi incendio heroico
verter la prudencia pragmática.
Ama mi carne el premio de los goces.
Ansía besos y riquezas.
¡Epicteto no ha de mellar las hoces
que emplear quiero en mis proezas!
Me detendré por la concha y la flor
y dejaré partir la nave.
No ha llegado a asustarme el dolor
ni a tentarme la vida suave,
y harto de dar saltos y piruetas
de saltimbanqui silogístico
iré a buscar las verdades secretas
en un mar violento y artístico,
y así me adueñaré del Universo,
sin podres teorías físicas;
así abrirán los dedos de mi verso
las rosas metafísicas.
Quiero raptar a la Helena troica
chorreando sangre melpoménica,
y enseñar a la escuela estoica
mi dolor de tragedia helénica.
El huir del Sufrir es ser cobarde.
¡Apréndelo, Prudencia mágica!
El Manual de Epicteto llega tarde.
¡Amo la vida recia y trágica!
En daguerreotipos y en miniaturas
se ríen mis antepasados
de que lea sus viejas escrituras:
¡Aventureros y desventurados!
A mi abuelo le brilla la capona
sobre casaca sanjuanista,
y su negra perilla desentona
sobre el corbatín de batista.
Vosotros, por la noche en vuestra alcoba
este amarillo libro que abro
escribisteis en mesas de caoba
a la luz de algún candelabro.
Pero nunca os domasteis a la horma
de la renunciación dogmática.
La aurora que nacía os dio la norma
de la gran existencia dramática.
Suenan los conventuales esquilones
y me dicen palideciendo
«Hasta mañana» las constelaciones.
El día nace sonriendo...
Borra el alba la noche alarmante,
como quien corrige una errata,
y en el cielo cabecea el menguante
como una góndola de plata.