Ya te canto Berisso, caserío de latas,
portentoso latido de petrolera y fábricas.
Le canto a tu canal de sangre verdinegra
corriendo por tu cuerpo su endurecida arteria,
y canto a tu horizonte frustrado en chimeneas.
Yo le canto a tus hombres cauce de fibra y carne
para un proceloso océano de riquezas.
Y canto a tus mujeres afluentes sensitivas
con su aporte de sangre, desvelo y fatiga,
corriendo en jornadas por senderos de piedra.
Les canto por recias, valientes y tiernas
cumpliendo su excelso destino de hembra
florecidas en hijos, marchitas de espera.
Le canto a tus muchachos dejando la tarea
veneno en sus pulmones y plomo en las arterias,
en un alucinado girar de poleas .
Y canto a tus muchachas amapolas enhiestas
deshojando sus pétalos en la sección “conservas”.
Le canto a tus niños al borde del camino
lanzando en barrilete sus mensajes al sol.
Le canto a sus harapos, y a su lecho de piso,
a su soledad de padres en horas de labor.
Yo le canto a tus niñas saliendo de la escuela:
alemanas, rusitas, italianas, armenias,
distintas lenguas todas e idéntico candor;
y canto a las pequeñas hijas de mi tierra
“made in argentina” levadura extrajera,
raíces que se prenden a un destino mejor.
Le canto al influjo de tus academias
alimentando el sueño de tu adolescencia
por salir del hollín;
y canto a tus escuelas nocturnas para adultos
donde padres y abuelos aprenden a escribir.
Le canto a tu optimismo, cuando a la calle estrecha
de casa de madera y techumbre de cinc,
aquella que conduce derecho al matadero
salpicada de barro, le llamas PORVENIR...
Le canto a tu puerto de aguas hondas y quietas
con calor de regazo para vidas que llegan
en parición fecunda de una clase tercera.
Le canto a tus noches y le canto a tu almohada
con olor a petróleo y a res sacrificada.
La canto a tus bares de congojas que saltan
al aire en estridencias, guitarras, balalaikas,
violines, bandoneón...
Marineros borrachos que cambian por monedas
honesto contrabando cigarrillos y alcohol.
La canto a tu cantina frente al embarcadero
Con lumbre de luciérnaga, paz de sauce llorón;
pescadores que vuelcan de sus redes repletas
hondas reminiscencias de una isla de amor.
Yo se que hay en mi tierra ciudades portentosas
de altivos rascacielos y riente población,
pero yo no podría transponer tus fronteras
sin pasar mi caricia sobre tu miseria,
sin hundirme en tu barro, sin morder tu pobreza,
sin sentir la tragedia de tu resignación,
a no ser otra cosa que lo que eres, colmena
desangrándote en mieles para gulas ajenas,