De un muerto, que al calor de un astro puro,
De paso por la tierra, como un manto
De oro sintió sobre sus huesos tibios
El polvo de la tumba; al sol radiante
Resucitó gozoso, vivió un día,
Y se volvió a morir, son estos versos:
Alma piadosa que a mi tumba llamas
Y cual la blanca luz de astros de enero,
Por el palacio de mi pecho en ruinas
Entrase, irradias, y los restos fríos
De los que en él voraces habitaron
Truecas, oh maga! en cándidas palomas;
Espíritu, pureza, luz, ternura,
Ave sin pies que el ruido humano espanta,
Señora de la negra cabellera,
El verso muerto a tu presencia surge
Como a las dulces horas del rocío
En el oscuro mar el Sol dorado,
Y álzase por el aire cuanto existe
Cual su manto, en el vuelo recogiendo,
Y a ti llega, y se postra y por la tierra
En colosales pliegues
Con majestad de púrpura romana.
Besé tus pies, te ví, pasar, señora.
¡Perfume y luz tiene por fin la tierra!
El verso aquel que a dentelladas duras
La vida diaria y ruin me remordía
Y en ásperos retazos, de mis secos
Y codiciosos labios se exhalaba,
Ora triunfante y melodioso bulle.
Y como ola del mar al sol sereno,
Bajo el espacio azul rueda en espuma:
Oh mago, oh mago amor!
Ya compañía
Tengo para afrontar la vida eterna.
Para la hora de la luz, la hora
De reposo y de flor, ya tengo cita.
Esto diciendo, los abiertos brazos
Tendió el cantor como a abrazar. El vivo
Amor que su viril estrofa mueve
Sólo duró lo que su estrofa dura.
Alma infeliz el alma ardiente, aquella
En que el ascua más leve alza un incendio
. . . . . . . . . . . . y el sueño
Que vió esplendor, y quiso así, hundióse
Como un águila muerta. El ígneo, el...
Calló, brilló, volvió solo a su tumba.