Ya no quiero correr más.
Hoy, el niño dentro mío ha cesado de llorar
Y permanecen, los años y los meses,
Inmóviles como la ceniza estéril.
Las agujas del reloj se entretejen en las rendijas de este Infierno
Y hace años vengo oyendo sus voces tras el muro:
Mis rumiaciones, por supuesto, como el sonoro llanto
No han cesado, no han cesado.
La sombra de una niña agazapada en la oscuridad se proyecta
Respira, agitadamente, en el umbral de mi puerta
El vástago abandonado es aquel llanto que no cesa
Y aquellas voces insoportables detrás de mi puerta:
¿Serán los verdugos, el castigo, que harán lagunas sangrientas
Correr temblorosamente entre mi débil par de piernas?
Niño, condenado, el lamento detrás de mi puerta
Niña, has de ser libre, aunque víctima de mi ausencia.
Yo he decidido tomar el camino de la libertad que me indica la línea recta.