He tratado de recogerla, con todas mis fuerzas– azulada tela
Sobre la que dejas deslizar la lágrima, salada y gigantesca,
Desde las gentiles comisuras de los labios
Calla.
Ya no sigo leyéndome en tus ojos, querido Espejo,
Ya ni me hablo a mí misma como si lo fuera.
Ahora respondo mis propias preguntas con una extrañeza
Ardiente sobre carne desgarrada, un picor
Ineludible sobre la piel erizada.
Y me encierro. Como si fuera yo,
He escrito. Como si yo
Me hubiera devorado la lengua
Las manos, el trazo liviano, las palabras libres
Y hasta el consuelo, de mi otra Yo:
Cuya profanación yace, refractaria
Sobre el suelo– sucio charco de agua parda.
Y pido disculpas a quien deba ser testigo de tal espectáculo:
Yo sigo hablando sobre esto y aquello, insustancial
Inextinguible y desconcertante angustia
No lo entendés, el silencio a vos
No te devora como a mí.
Suelo sentir ese dolor insoportable
Como una bala de aire atorada en el espacio estrecho
Irrespirable, entre mis clavículas salientes
Y la nuez palpitante de mi garganta, temblorosa
Sumergida en la blancura leve y nívea
De la piel que la aprisiona.
Aceite emana de la herida, extranjera de sí misma
El cuerpo – espacio de lo observable,
Calculable, medible e infatigable a todo costo.
Debería entregarme al espectáculo de mi dolor
Con la máxima sofisticación.
En el escenario, ya he planeado:
Mecerme sobre el borde de un abismo
Donde todo lo que encuentre
Sea mi propia mirada de hondos círculos, penetrantes
Grisáceos ojos de cuero. Bajo los cuales esconde
El grueso ceño
Furia reprimida
Y dientes que rechazan, rechinan
En el espacio mismo
Al cual se los confina.
Yo seré puramente huesos, brotando de la negrura
De mi propio y hosco centro.
Dejaré que éstos encajen perfectamente
En una desnudez que hipnotice.
No he perdido la práctica en el arte de fingir. Pero hoy,
La somnolencia parece estar hundiéndome
Dentro del llano corazón
De la íntima noche del cuervo.
La raíz, la raíz, la raíz. Vos no entendes
Prefiero que ni siquiera hables
El silencio no te devora como a mí.
Yo, que traté de suspenderme de un hilo tensionado
En el aire estático
De una noche de verano,
Sin lograrlo ahora emerjo
Desde una llama ahogada
Detrás del frívolo ceño, desaprobación
Y mi propia rabia encorsetada
Calzando el cuerpo de un extraño.
Es enfrentarse a la hermética hendidura del silencio
Lo que se aferra a mí, estrechamente. Aquello
Envuelve mi ser entero
Como la alfombra rojiza donde
El mismo cuerpo, pálido, enfermizo,
Será luego hundido bajo tierra
Salvaguardado del apetito insaciable
Por la lucidez de la existencia.