Marina Córdoba

Reversión

Fugándose en la brevedad de las ventanas, entretejidas, desprendiéndose
Las gotas heladas, tras el lago artificial formándose en el alféizar.
Repitiéndome sin control: “Quiero llevarme a ver la noche”,
Reiterándome enfermizamente el discurso de lo desconocido.
Veo caer negros granizos – veo las chapas volando, del vecino, y sosteniéndome
Sus manos, y un mutismo suspendido. A mecerme
En la suave palma, en el sigilo disciplinar me adiestro:
Sé penar incesante rozando las llamas con los dedos.
 
Empapándome en el trago de una mismidad amarga,
Duplicándose, mi «yo» que observa y el «yo» que se mira:
Las medias de lanilla, zapatos de charol húmedos y
Una respiración reiterándose insistente a la distancia.
Cual diadema de santa, un luminoso halo virginal coronándome
Intenso, irisándose entre la oscuridad de mis cabellos,
Descendiente como un rayo desplomándose sobre la brea, recto.
El hosco neón que se abisma tras el charco de agua negra.
 
Lasciva, posándome sobre sus labios – esfinge
De la noche, devorarme. Luego, un impulso incontrolado de carencia
Y una mano gruesa envolviéndome la tibia piel de la cintura.
Agazapándose en los rincones de hondos reflejos,
En brazos del silencio escurro incorpórea mi sombra.
 
Deslizándome a lo largo de mí misma – esfinge
De la noche, tragarme. Disipa el humo ennegrecido, descubriéndome los ojos
Para contemplarme en la inminencia del desastre:
La arboleda refulgente danzando contra un cielo terracota enfurecido, ante mis ojos
Me introduzco en una mónada grisácea dentro de mi pecho, grito.
 
Sus dedos son las finas cuchillas de un sable – ensangrentado, sodomizante,
Consumiéndose en el arder de aquello perdido en el instante.
Y mi cuerpo – pulverizándose a sí mismo en el silencio resignatario
Agudas, punzantes – son las muertes en el diluvio erosionándome,
Su fluir incesante sobre el cuerpo pétreo, del cual una bestia
Suele arrancar todas las noches los pellejos.
 
Extraviándome en lo pálido del biombo espejado, en el instante mismo de la fuga,
Mi sombra leve atraviesa el rabo del ojo derecho. Si la ceniza
Del recuerdo parecía cubrir íntegras mis piernas desnudas, asumo
Seré yo de tus lienzos el más breve; seré yo
El necesario asesinato de lo contingente.
Traspasando las fibras electrificadas de mi rostro, frívolamente,
Erige la mudez repentina en un arrebato de muerte.
 
En mi debilidad anónima – diluyéndome entre los pastos
Siendo absorbida por la tierra bajo mi espalda
Pegándoseme el sudor a la frente, en un interludio suprimido – suspirándome la ausencia de mí misma.
Me contemplo, me digo adiós. Asomo a la profundidad de mi crepúsculo blanco.
Quiero llevarme a ver la noche.
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