Recuerdo la primera vez que toqué fondo como nunca antes me había pasado. Aquella noche llamé a una amiga que supo sacarme una sonrisa en los diez primeros minutos, y a los quince me dijo que debía dejarme: hablaremos mañana, mejórate.
No tenía ganas de hablar con muchas otras personas, así que decidí acostarme. No era muy tarde, creo que serían las nueve o así, no mucho más. Como es normal me costaba conciliar el sueño.
Quizá por eso no recuerdo demasiado bien el resto, pero a los treinta minutos –después de los quince anteriores–, sonó el timbre de casa, y al otro lado estaba ella: ¿En Serio pensabas que iba a dejarte en la cama? Estoy esperando abajo, tienes cinco minutos.
Con esto quiero decir que habrá días mejores, y otros peores. Pero les aseguro que a mí, aquella noche no se me olvidará nunca, descubrí que hay personas que son para siempre.