Un viento frío aventándome la cara y las piernas,
dejando a la vista el espacio
entre mi piel y mis huesos,
calándose dentro,
rompiendo siempre un poco más
sobre el mismo dolor repetido y resiliente
particularmente mío,
pero a la vez compartido por quien sabe quién o qué.
Común y corriente,
poco ruidoso
sostenido por las voces de la calle,
que incluso también se esconden del ojo juzgador.
El reloj avanza y todo parece una broma de mal gusto
sobre como crecer sin alas e intentar desenredarte
entre las ramas de un árbol.