Éramos la única lágrima
en la copa,
la única sangre
que azuzaba el viento,
el único torbellino
en la mano del reloj,
el último tiempo.
Éramos de la mesa
el único brindis no deseante,
el todo que nada pedía,
la única cortina tinta
aferrada al cristal.
Sí, ya sé que resbalé
cuando te caiste,
y si me perdiste
es que alguna vez
retuviste alegría
y aunque ya no la recuerdes,
en el descalabro del viento
del único nido abrazo nuestro
y aunque no vuelvan jamás
a bailar los pájaros,
su danza de color,
sé en en alguna sonrisa
hay un tiempo vacío
un sepulcro sin letras
de la memoria nuestra.
Sí, ya sé que te perdí,
pero sé que en algún lugar
fuimos bosque
y alguien hoy en él
respira.
Sí, ya sé que te perdí,
pero sé que en algún lugar
el tiempo interrumpió
su crueldad
y nos dejó ser
milenarios,
un cronón de alegría
en la secuoya.
© Maria Luisa Arenzana Magaña