Siento que me dejas caer
latifundio de ortiga,
por tan sólo expirar mi aquel,
latente dolor que del
corazón hiela su sangre
y no hay ñizca de barro
que lo calme.
Siento que oxeas la gacela
que te ama sin el cálculo
sin el giro inesperado de tu lanza,
sin el oculto veneno
en la química de su punta.
Siento que me dejas caer
precipicio mortal de palabras,
me cruzas sucesivos arrebatos
y heridas extrañas, ajenas a mí,
me escribo un dolor en la frente
sin palabras.
¿Quién teme al bálsamo
de la muerte cuando la muerte
te teme a ti?
Siento que me has robado
la mano del perdón empedernido
que debía salvarme, el buey
que anuncia el cuerno final,
el agujón del suicidio.
Siento que me has robado
el cráter de la boca,
la lengua y el romance,
la única belleza...
Siento que me dejas caer,
un grito disparo en la sien
que estalla sin comprender
matar a quien te ama, ¿qué es?
Siento que me has robado
del amor todas las ternuras,
mi pecho es una fuente abierta
vacía sus caños de agua, sangre y promesas
me inclino hacia la tierra
alimento a alguien antes de fenecer,
hay hambre de hambre y caricias
y me dibujo una boca
callada para siempre
y trago la sal de una interna lágrima,
la sangre y restos de la encía,
un trozo de carne desprendida
de mis labios
y vierto toda la melaza al chorro
del corazón, un pecho abierto
comedero y fuente
que alimenta y salva a otros.
© Maria Luisa Arenzana Magaña