(1872)
Este es uno de los poemas más logrados de Manuel Acuña; escrito un año antes de suicidarse, es posible que encontremos aquí algunos indicios de su faltal y prematuro desenlace. Acuña evoca la época de su nacimiento y el amor de sus padres, pintando un bello paisaje en el que cada elemento es cómplice del acontecimiento.
Cumplida la edad de catorce años, el poeta abandona el hogar amoroso y su ciudad natal, Saltillo Coahuila, para estudiar latinidad y luego medicina en la Ciudad de México. En la lejanía debe soportar la muerte de su padre. Su alma sensible y lastimada por la ausencia, se escucha elocuente en este canto melodioso y nostálgico. La elección de versos endecasílabos llanos y versos de seis sílabas agudos alternados, intensifica el sonido melancólico de sus recuerdos. En su presente gris, la esperanza es convocada y esta llega en la luz de su pasado para alumbrar su corazón que se abre como un sepulcro añoso para recibir el leve alivio de esa iluminación. Es un poema que comienza colorido y lleno de esperanza y que graduamente se torna muy triste; al final domina la desesperación, la soledad y la incertidumbre. Su "entonces" y su "hoy".
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