Luisa Pérez de Zambrana

¡Mar de tinieblas!

(Después de la muerte del único hijo que me quedaba)

¿Amanece? ¿tengo alma? ¿el sol alumbra
este mar de tinieblas?
Las altas palmas, del suplicio antiguo
son las cruces inmensas?
 
El lucero del alba todavía
trémula centellea?
Son losas de sepulcros en el cielo,
las pálidas estrellas?
 
¿La luna, en los desiertos del vacío
yerta se balancea?
¿Son túmulos las nubes, y las olas
un sudario de perlas?
 
Triste como la sombra de la muerte
vengo a besar las piedras
que ocultan tus facciones adoradas
¡oh cubierto de tierra!
 
¡Hijo de mis entrañas! ¿en qué idioma
te diré mi tristeza?
Mira el cáliz de acíbar, y la sangre
que mi frente gotea.
 
Escucha de este seno en que apoyabas
tu faz de niño tierna
las olas de sollozos desoladas
que en su fondo se quejan.
 
Las lágrimas del huerto ¡oh flor de mi alma!
por mis mejillas ruedan,
y eterna llevo la mortal herida
en el costado abierta.
 
A todas partes que llorando torno
mi faz marchita y lenta,
miro tu rostro varonil y bello
dibujado en la esfera.
 
El águila del genio, su mirada
de bríllante fijeza
puso en tus ojos, y en tu noble frente
el dolor un poema.
 
Te vi bajar las gradas del sepulcro,
¡joven y altivo atleta!
impasible y olímpico y hermoso
como una estatua griega.
 
Vi de la eternidad, en tus mejillas,
la blancura cinérea,
y vi entre las antorchas funerarias
tu gallarda cabeza.
 
Y yo sentí de la última agonía
el temblor en mis venas,
y sentí mi razón cerrar sus alas,
como un mar que se hiela.
 
¡Cabellos ondulados y brillantes
que mis lágrímas besan!
¡Y tu tan oprimida por mis labios,
frente pálida y tersa!
 
Mi alma toda os bendice, de rodillas,
de lágrimas cubierta
y os sigue en los espacios infinitos
como enlutada vela.
 
¡Mano en que van los mundos! ¿qué es el hombre
en esta triste estepa?
¿a dónde va, cubierta la mirada,
con una venda negra?
 
Alumbra, con un astro, de la tumba
la enorme noche tétrica,
déjame ver si el ángel de la muerte
en la losa se sienta.
 
¡Oh Dios! que en este espejo formidable
tu gran sombra reflejas,
y el alma, como un ave luminosa,
transfigurada vuela.
 
¡Oh de la luna inmaculada y blanca
encaje de azucenas!
¡onda celeste de oro desprendida
del brillo de una estrella:
 
haced, haced ¡oh soles de la noche!
que yo en su tumba pueda
besar, temblando, sus dormidos ojos,
y a sus pies quedar muerta.
Liked or faved by...
Other works by Luisa Pérez de Zambrana...



Top