Leopoldo Lugones

El chingolo

Cuando el campo está más solo
y la casa, en paz, abierta,
aparece por la puerta,
muy sí señor, el chingolo.
 
Viene en busca de una miga
o una paja de la escoba,
que, ciertamente, no roba,
porque la gente es su amiga.
 
Salta, confiado, al umbral
y solicita permiso,
con un gritito conciso,
como pizca de cristal.
 
El sol, con larga escobada,
lo desfloca en áureo estambre,
y en un transparente alambre
trueca su pata delgada.
 
Otro salto, y ya está adentro,
y en el haz de sol avanza
pues no excluye su confianza
la idea de un mal encuentro.
 
Su ropita pastoril
la agracia un lindo copete.
(Si el cardenal es cadete,
él es conscripto gentil.)
 
Capa gris con caperuza;
camisa y corbata blancas;
chaleco café que en francas
negligencias se descruza.
 
Aunque trasluce su forro,
bien le siente aquel modelo,
y un vivo de terciopelo
le orilla de negro el gorro.
 
Pálida espina de sol
pule su pico de cuerno,
y le brilla, ufano y tierno,
el ojillo de charol.
 
En la ladera de cuarzo
del camino que se ahonda,
bajo una mata redonda
anida de agosto a marzo.
 
Su cesto de cerda y paja
coloca al lado del Norte,
a fin de que así soporte
viento y lluvia con ventaja.
 
Y despistando al gandul
con artificios sencillos,
pone sus tres huevecillos
crispidos en fondo azul.
 
En la honda siesta de llama,
o en el crepúsculo frío,
su Curí... curí qui quío...
alegra la áspera rama.
 
Y todavía a deshora,
cuando las noches son bellas,
al amor de las estrellas
sueña cantando la aurora.
 
Bajo la estación más cruel
que las campiñas abruma,
de su bolita de pluma
brota un trino humilde y fiel.
 
Ya no abandona el contorno
de la casa solariega
donde como un chico juega
sobre el mortero y el horno.
 
Y como es tan poco esquivo,
en la misma troje acampa,
o el afrecho de la trampa
va a escarbar intempestivo.
 
O en el pajizo capuz
del adormilado alero,
se disfraza de jilguero
con el oro de la luz.
 
O con valeroso alarde
su postrer gorjeo empina
sobre la espléndida ruina
del palacio de la tarde.
 
En el primer desperezo
primaveral, con qué gracia
su flor anuncia a la acacia,
pinta su guinda el cerezo.
 
Y, amable chisgarabís
que a la doncella acongoja,
pía detrás de cada hoja
como diciendo: Luis, Luis...
 
Ya de afrecho se atiborra,
rondando a la molendera,
con lo que, de esta manera,
le ayuda a hacer mazamorra.
 
Ya entre los pollos pulula,
ya escudriña los cacharros,
y es vecino de los carros
donde la hace pan la mula.
 
En el silencio y la paz
de una estudiosa mañana,
se asoma a la escuela aldeana
como anunciando solaz.
 
Curí..., curí... Y desde el seto
que trenza su verde cinta,
trae, en fragancias de quinta,
la tentación del asueto.
 
O en el patio de la escuela,
su saltito impertinente,
parece que eternamente
va jugando a la rayuela.
 
Y ahí donde ustedes lo ven,
cortés, mas nunca vasallo,
erizado como un gallo
traba su riña también.
 
Chingolito de mi vida,
que fuiste mi compañero
en el tiempo placentero
de la inocencia florida.
 
Quién me diera sin retardo,
volver a aquella delicia,
como en la estación propicia
le vuelve la flor al cardo.
 
Yo sufro mucho de amor,
y cuando estoy triste y solo,
quisiera oír al chingolo
para calmar mi dolor.
Preferido o celebrado por...
Otras obras de Leopoldo Lugones...



Arriba