Ya vuele errática y ligera,
ya pesque al ras un renacuajo,
con el más sorprendente tajo
corta los aires su tijera.
No se oculta ningún tesoro
bajo el paño gris de su capa;
pero su gorra negra tapa
un eréctil capullo de oro.
Su nido expone al huracán
en el gajo más fino y alto,
de donde ve sin sobresalto
al carancho y al gavilán.
Y plantándose en la nuca,
sin temer su pico de gancho,
ahuyenta al mandria del carancho
hasta raparle la peluca.