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Leopoldo Minaya

ROMANCE NUEVO DEL CONDE NIÑO

Versión libre y ampliada de Leopoldo Minaya de un anónimo romance viejo de la lengua castellana y de la cultura hispánica.
DEDICATORIA:-Para mis distinguidas amigas Aída Bonelly de Díaz y Carol Cárdenes Grimaldi.

Por amor, el conde niño
es niño y pasó la mar.
 
¡Tintura, tela, papel:
el niño pasó la mar!
 
Va a dar agua a su caballo,
la mañana de san Juan;
mientras el caballo bebe,
así se puso a cantar:
 
«Tú que todo lo divisas,
brillante estrella polar...
Centelleo, lumbre y giro,
indícame dónde está
la que convierte un instante
en toda una eternidad,
¿dónde está la niña hermosa?,
respóndeme, ¿dónde está?»
 
Mientras el caballo bebe
—fluido, linfa, cristal—
las últimas aguas dulces
del río que llega al mar,
por amor, el conde niño
renueva así su cantar:
 
«Tú que el Orbe lo dominas,
radiante estrella polar...
Sobrepasas los confines
y ves el fin de la mar;
tú que has visto los perfiles
vastos de su manantial,
dónde está la niña hermosa,
respóndeme, ¿dónde está?
 
«Tú que indagas y escudriñas,
vibrante estrella polar,
¿qué le espera a quien te ruega?»
 
 
Del sueño el amor vendrá...
 
 
¡Campanarios de altas torres,
a viva voz repicad!
¡Pececitos de colores,
batid la espuma del mar!
Le anuncia la estrella al niño:
Del sueño el amor vendrá.
 
... Un ave surcaba el cielo
(y para, para escuchar);
un caminante camina
(detiene su caminar);
un navegante navega
(la proa enfila hacia allá...)
Responde la estrella al niño:
 
Del sueño el amor vendrá.
 
 
 
                 *
 
 
La reina se halla bordando,
su hija durmiendo está.
 
—¡Levántate, tú, mi niña;
ya déjate de soñar...
y escucharás cómo canta
la sirenita del mar!
¡Tonos, timbres y arreboles
tiene esa voz celestial!
 
—No es la sirenita, madre,
la de tan dulce cantar...
 
—¿Qué dices? ¿No es la sirena
Parténope de Alsinar?
 
—No, madre, no es la sirena.
No es su canto oracular...
 
—Entonces, son las nereidas...
tendidas sobre el coral.
 
—Ni nereidas ni sirena,
y no es tritón ni titán,
¿quién es sino el conde niño
que a mí me quiere encontrar?
Recorre montes y llanos,
mide la tierra y la mar...
¡Si tú quisieras, oh madre,
se acaba aquí su penar!
 
 
La reina se pasma y dice,
turbada, sin razonar,
estas perplejas palabras
con visos de tempestad:
 
—Si por tus amores pena,
¡Dios te me libre de mal!
¡No permita Dios que roben
la luz de mi despertar!
¡Antes me quiten mi reino,
antes mi vida he de dar;
antes se apaguen mis ojos,
antes me pierda en el mar!
 
«... Yo tengo súbditos, tengo
sirvientes a voluntad,
mil doscientos consejeros
en el palacio real;
de séquito y cortesanos
me hago siempre acompañar,
pero niña,
                         ¡y mía!,
                                            tengo
una tan solo y no más...
Si por tus amores pena,
no acaba aquí su penar,
y porque nunca te encuentre
¡yo le mandaré encerrar!»
 
La niña se espanta y dice,
resuelta, sin vacilar:
 
—Si le encierras tú, mi madre,
¡juntos nos han de encerrar...!
 
«Cien mil soldados rodean
la esfera de tu arsenal,
cien mil soldados te cuidan;
nadie te canta un cantar.
 
«Todos, a fe, escucharían
las órdenes que has dar,
muchos, lo sé, cumplirían;
nadie te canta un cantar.
 
«Desde que no vive el rey
nadie nos canta un cantar
¡y a aquel que viene a cantarnos
quieres, sin duelo, encerrar!
 
«... De séquito y cortesanos
me haces siempre acompañar;
una multitud nos sigue
donde voy y a donde vas,
pero niño,
                       conde,
                                         y mío:
uno tan solo y no más,
¡niño de los desafíos!,
uno tan solo y no más...»
 
Luego de largo silencio,
agrega (por tantear)
la princesita dorada
del Reino de Montserrat:
 
«Madre, dime si me espera
la dicha... o el valladar;
¡dime, madre, si me queda
aire para respirar!»
 
 
          [Canta ahora la princesa, mientras se desplaza grácilmente, asistida en el canto por un coro de querubines:]
 
Niño, conde, bueno, y mío
 
                  (coro) ¡uno tan solo y no más!
 
... que afronta mil desafíos;
 
                  (coro)  ¡uno tan solo y no más!
 
cruza mares, lagos, ríos,
 
                  (coro)  ¡uno tan solo y no más!
 
villas, burgos, señoríos...
 
                 (coro)  ¡uno tan solo y no más!
 
en busca del
    canto
que satisface
 su corazón...
 
en busca del
   “algo”
que a tono vaya
con la ilusión...
 
en busca del
     almo
y antiguo rito
de vago son...
 
en busca del
     AMOR
que pido a gritos
brindarlo yo...
 
 
Niño, conde, bueno, y mío
 
                  (coro) ¡uno tan solo y no más!
 
... que afronta mil desafíos;
 
                  (coro)  ¡uno tan solo y no más!
 
cruza mares, lagos, ríos,
 
                  (coro)  ¡uno tan solo y no más!
 
villas, burgos, señoríos...
 
                   (coro)  ¡uno tan solo y no más!...
 
                 *
 
 
... Si mucho puede la reina
(con ley, con autoridad),
con su determinación
la niña podía más.
 
Y aconteció que la reina
tuvo que reconciliar
sus mandamientos de Estado
con el amor maternal...
 
(y porque el pueblo no riera
del incidente real,
un laberinto de historias
y fábulas falsas dan;
quien las quiera creer, crea;
yo les diré la verdad).
 
¿Que cantaba dulce el niño?
¡La niña lo hacía igual!
¿Era garza la princesa?
¡El conde era gavilán!
¿Que la princesa era rosa?
¡El conde era espino albar!
Crece el uno, crece el otro...
¡bella pareja sin par!
 
                *
 
¡Vida en Palacio! Dos jóvenes
hallaron felicidad
con la venia, con la anuencia
tierna de Su Majestad.
 
... Cuando alcanzaron apenas
la mayoría de edad,
dos comitivas llegaron
JUNTAS a la catedral,
no como escribe un sobrado
cronista de lo banal
con la tanta tonta tinta
del diario Mundo Social:
 
            «Ella, como hija de reyes,
             fue la primera en llegar;
             y él, como hijo de condes,
             unos pasitos atrás».
 
¡No, no, no! ¡Que no, y que no!
Se debe rectificar:
Llegaron las comitivas
JUNTAS a la catedral,
lo digo yo, yo que he sido
un testigo presencial;
lo que debo hablar lo digo
con toda sinceridad:
soy del pueblo de Minaya,
y en esa localidad
de Albacete, a sordas millas
y a mudas leguas del mar,
baldón es hablar mentiras,
y es falta de integridad.
 
... Jurándose amor, sonrientes,
de dos la nuda verdad,
contrajeron nupcias conde
e infanta de Montserrat.
 
... Jurándose amor, sonrientes,
los dos mayores de edad,
contrajeron nupcias, fueron
felices, ¡y de verdad!,
no como en cuentos de invento,
novela rosa (y demás)
con finales arreglados
y paños para llorar...
 
 
Aquí termina la historia
y callo, y no digo más:
¡La auténtica fantasía
del mundo es la realidad!
Contrajeron nupcias, fueron
felices... ¡y de verdad!
 
 
              *
 
[Canción final]
 
Si cantaba dulce el niño
la niña lo hacía igual;
si era garza la princesa,
el conde era gavilán;
si la princesa era rosa,
el conde era espino albar;
y eran uno para el otro...
¡una pareja sin par!
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